El camping en el que nos instalamos resultó ser una fuente interesante de gente abierta y con ganas de socializar. Entre la gente que llegó con nosotros y compartió esos días inolvidables estaba un grupo de chicas universitarias chilenas, que viajaban a Isla de Pascua de vez en cuando en plan vacaciones (por supuesto costeadas por papa, porque aunque eran muy majas e iban de hipis se las veía un pelín pijas). Fueron ellas las que nos recomendaron algunos imprescindibles culinarios y donde comerlos.
Fue así como esa tarde decidimos acercarnos a un chiringuito cutre que había de camino a las ruinas donde veíamos el atardecer cada día y donde terminamos la tarde.
Las empanadas, emblema culinario de chile y aunque no son tan conocidas como las empanadas argentinas no tienen nada que envidiarles. El sitio no podía ser más auténtico, desde el mantel hasta la ubicación, al lado de un campo de fútbol de hierba al aire libre y con vistas al mar. Nos atendió una camarera gorda con rasgos polinesios y una sonrisa gigante. El menú lo tuvimos claro: 2 empanadas de atún y 2 zumos de papaya.
El resultado, espectacular. A pesar de las recomendaciones no podía imaginar que las empanadas estuvieran tan buenas. Estaban hechas con tacos de atún fresco, uno de los pescados típicos de la Isla.
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