Al día siguiente a las 8 de la mañana la lancha nos esperaba para llevarnos a Puerto Nariño. El viaje en sí mismo ya fue una aventura... el barco en cuestión era una lancha de 4 bancos corridos donde nos subimos 20 personas. Los laterales eran dos lonas que según el tiempo se subían o bajaban para ver le paisaje. El viaje duró alrededor de dos horas. La lancha parecía un autobús, y es que cuando alguien se quería bajar silbaba al conductor y éste se acercaba una de las orillas del río y dejaba a la gente, la mayoría de las veces en pequeños poblados de dos o tres casas.
El paisaje como no impresionante. Para empezar sorprende la distancia entre las orillas, tanta que en las ocasiones en que el río hacía un quiebro y veías tierra por delante era difícil saber cual era la dirección del río y cuales las orillas.
A eso de las 10 de la mañana llegamos a Puerto Nariño, un pueblo de 2000 habitantes en el que no hay ni coches ni motos, y que sería nuestra base para explorar la selva. Desde el minuto uno nos encantó el pueblo. Las 3 calles que tenía estaban hechas con placas de hormigón (aquí concreto, jajaja); caminando por ellas veías plantas y flores exóticas y te cruzabas con la gente del pueblo que te saludaba y te daba la bienvenida.
Por la tarde, paseo en canoa (esta si motorizada) por el Lago Tarapoto y uno de los ramales del Amazonas. Ahí vimos las primeras águilas, que cosas nunca hubiera pensado ver águilas en el Amazonas, y disfrutamos de la salida de la luna llena sobre el río mientras volvíamos. Fue algo impresionante, la luna, gigante,se veía primero a través de los árboles, redonda y muy amarilla, como si se tratara de un Sol. Su luz era tan intensa que en un primer momento, a través de los árboles la confundí con una fuente de luz de un poblado indígena, y no fue hasta que surgió de entre los árboles que la reconocimos....
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