Durante nuestra estancia en Chile coincidimos con la huelga general convocada por sindicatos y estudiantes. La situación en el país es bastante tensa, los estudiantes llevan más de tres meses sin ir a clase y convocan paros y manifestaciones en todas las ciudades. Las peticiones son claras, pasar de una educación universitaria 100% privada a una educación pública. En el sistema actual un estudiante paga entre 300 y 600 euros mensuales a la universidad, a parte material y supervivencia. Por este motivo, los estudiantes de familias de clase media, que no pueden pagar ese dinero, piden créditos a los bancos. La guinda del pastel es la devolución del dinero de los préstamos, que en algunos casos llega a un plazo de varios años, debido a los bajos sueldos.
A lo largo del viaje, más que nada en Perú, nos hemos encontrado grupos de estudiantes chilenos que aprovechando la falta de clases se están dedicando a viajar. Mientras, los estudiantes que se quedan en Chile han conseguido poner de su lado a la mayor parte de la opinión pública.
Así, los días 25 y 26 de agosto había convocada una huelga general en el país. Por este motivo decidimos que no era buena idea moverse esos días, ya que corríamos el riesgo de cancelaciones y retrasos.
En el hostal nos advirtieron que tuviéramos cuidado con las aglomeraciones y nos aconsejaron evitar las calles por las que pasaría la marcha. Todo el rato nos hablaban de los gases lacrimógenos y cómo había que tener cuidado con ellos. A mi se me hacía rarísimo porque lo decían como si lo más normal del mundo fuera que la policía se liara a tirar gases en cualquier manifestación.... la cuestión es que en Chile aún rige la constitución que aprobó Pinochet y en ella en principio los trabajdores no tienen derecho a huelga (los funcionarios en ningún caso, y los demás sólo si están negociando un convenio colectivo). Es todo más complicado de lo que pudiera ser en cualquier país europeo.
El segundo día de huelga, como el primero había sido tranquilo, decidimos ir a ver una de las casas de Pablo Neruda. Al salir de la estación de autobuses, vimos que toda la gente que andaba por la calle se tapaba la boca. En cuanto miramos a lo lejos vimos una bruma y empezamos a sentir un picor en la garganta y ojos. En dos minutos nos dimos cuenta de que eran los famosos gases, y nos desviamos a las calles secundarias en busca de un taxi para ir al hostal lo antes posible y quitarnos de en medio. Fue misión imposible. Nos tocó subir y bajar varios cerros para evitar las calles principales. En el centro, algunos violentos se habían atrincherado y habían puesto fogatas en medio de la calle. La policía habá respondido con gases e intentaba disolverlos.
En cuanto llegamos al hostal miramos varios periódicos nacionales para ver que decían, pero para nuestra sorpresa prácticamente no hablaban del tema...
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