Mientras recorría las calles de Miraflores no podía más que recordar alguno de los libros de Vargas Llosa, en los que narra la vida del barrio a principios del siglo XX. Con motivo del tan aclamado premio Nobel que el escritor ha recibido este año se ha montado toda una ruta por los lugares nombrados en sus libros.
Las calles son limpias y ordenadas. Los acantilados impresionantes. Los edificios y comercios modernos y elegantes. En fin podría decirse que estar en Miraflores es como estar en otro país. La gente moderna y con rasgos europeos ayuda a pensar que uno se encuentra en una de esas ciudades que no parecen tener raíces, y que a pesar de ser muy agradables no pertenecen a ningún país en concreto sino al mundo global.
Nada que ver con el centro de Lima donde se ve gente de menos recursos y arquitectura colonial. Las calles están abarrotadas de gente que vende todo tipo de cosas. Los autobuses colapsan el tráfico y hay un ruido de fondo de pitidos de coches y gritos de vendedores ambulantes.
Podría decirse que cada barrio de la ciudad tiene su encanto.
El centro conserva el alma de la ciudad. En él vive y trabaja el peruano de a pie, se ven restaurantes sencillos de comida típica y gente ajetreada de un lugar a otro.
Por otro lado Miraflores esta plagado de restaurantes chic y tiendas. Se ven muchos extranjeros residentes. Hay parques. Y por supuesto los acantilados, de tierra, desde donde se puede ver toda la bahía en la que está la ciudad.
Dos mundos totalmente diferentes en la misma ciudad.
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