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viernes, 26 de agosto de 2011

Machu Picchu

Por mucho que uno haya leído y visto sobre Machu Picchu, la impresión que causa entrar en las ruinas al amanecer, mientras todavía quedan nubes bajas que cubren algunas construcciones, es inevitable.
Llegamos allí a eso de las 6 de la mañana. Ilusos de nosotros nos levantamos a las 5 y nos plantamos en la cola del bus que sube a las ruinas a las 5:10 (el primer bus es a las 5:30) pensando que subiríamos en el primer vehículo. Nada más lejos de la realidad, a pesar de llegar con 20 min de antelación, antes de que pudiéramos subir ya habían subido 8 autobuses.
Al entrar en las ruinas las nubes de la mañana aún no se habían levantado y el lugar tenía un aire místico. A pesar de que debía haber unas 200 personas parecía que el lugar estaba casi desierto, lo que le daba aún más encanto.
El complejo es mucho más grande de lo que había imaginado, y las construcciones están tan bien conservadas que pareciera que la gente acabara de abandonar la ciudad. Al fondo, las llamas pastaban a sus ancha en la extensa explanada central.
Todo en las ruinas llama la atención. La mayoría de construcciones parecen casas de gente común, ya que las piedras de las construcciones no están talladas, como en el caso de Cuzco, y para unir las piedras se usó argamasa. 
Hay varios templos en los que las piedras de las paredes están talladas al estilo imperial. y un sistema de fuentes que abastecen de agua a toda la ciudadela. Alrededor, como arropando la ciudad en si, cientos de terrazas de cultivo en las angostas laderas de las montañas.
Pero lo que realmente impresiona es el conjunto de la ciudad en el enclave en el que está. La naturaleza alrededor es exuberante. Desde  lo alto de la cabaña del guardián, desde donde se toman las fotos de las postales, se divisan cordilleras que rodean la ciudad por los cuatro costados. A pesar de la altura de las montañas el paisaje es mas bien selvático. Al fondo, dos ríos rodean el monte sobre el que se levantan las ruinas. La imagen de la ciudad entre las montañas, con los ríos al fondo y las nubes bajas no tiene precio.
Al final conseguimos entrar a eso de las 6:15 de la mañana y nos quedamos allí hasta que nos echaron, a eso de las 5 de la tarde. Justo antes de irnos, tumbados en el cesped de una de las terrazas superiores y mirando el atardecer, en completo silencio, nos quedamos embobados sin entender muy bien que es lo que nos atrapaba y nos obligaba a seguir mirando.

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